viernes, 1 de junio de 2012

Panen nostrum quotidianum da nobis hodie


Llega una de las celebraciones más esperadas y especiales para nuestra Villa, la Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo. Un año más, La Orotava se embriagará de los suaves aromas de las flores y el brezo. Nuestras calles lucirán ya bajo este sol estival en unas jornadas festivas. Pero no puede haber un exorno más festivo como lo debe de haber en nuestro interior, en nuestra alma. 

Celebramos la Institución de la Eucaristía el Jueves Santo, festividad instaurada por el pontífice Urbano IV mediante la bula «Transiturus» en 1264, con el fin de tributarle un culto público y solemne de amor y gratitud a Cristo presente en tan celestial manjar por medio de la transustanciación, el jueves siguiente a la Solemnidad de la Santísima Trinidad. ¡Qué medio tan admirable buscó Cristo para mostrarnos el extremo de su amor al pedir que el pan nuestro de cada día, dánoslo hoy, Señor. La forma más bella de decir, como recalcó Santa Teresa de Ávila, que «ya una vez nos le dio para que muriese por nosotros, que ya nuestro es, que no nos le torne a quitar hasta que se acabe el mundo». La Eucaristía en maná de la humanidad. Sin tal glorioso misterio nos sería imposible hacer la voluntad del Padre, ese «Hágase tu voluntad» que tanto decimos en la oración del Padrenuestro sin apenas meditar, ni siquiera darnos cuenta de la importancia de estas palabras. Es imposible darnos a Cristo en la Eucaristía sin darnos al Padre y a los demás. Cristo es amor, y para que sea pan del alma debemos nutrir nuestra voluntad para hacerse una sola con la del Padre.

Aprovechemos estos días de fiesta, tan cercanos a la celebración de la Santísima Trinidad, centrados en esta exaltación de este divino misterio, para dirigirnos al Padre por y con el Hijo, Majestad trascendente velada en el Santísimo Sacramento. Procuremos cerrar los ojos del cuerpo y abrir los del corazón, para recibir así tal celestial medicina, pues «si cuando andaba por el mundo, de sólo tocar sus ropas sanaba a los enfermos, ¿qué hay que dudar que hará milagros estando tan dentro de mí?»

Como reza la santa carmelita, «pidamos al Padre Eterno merezcamos recibir el nuestro pan celestial de manera que, ya que los ojos del cuerpo no se pueden deleitar en mirarle, por están tan encubierto, se descubra a los del alma».

J. H. M.