sábado, 11 de agosto de 2012

Dossier: 800 años de la Orden de Santa Clara

EL MONASTERIO CLARISO DE SAN JOSÉ, DE LA VILLA DE LA OROTAVA

La fundación del monasterio de monjas clarisas de La Orotava tuvo lugar en una época en la que comenzaría a fraguarse un solvente bienestar económico, fruto del auge alcanzado por la exportación del vino malvasía desde finales del siglo XVI. El crecimiento económico permitió que la aristocracia local promoviera la fundación y el patronazgo de conventos y capillas con el fin de alcanzar un mayor prestigio social. Así, años antes de la fundación de este monasterio tuvo lugar la creación, no exenta de polémica, del cenobio dominico, al tiempo que los agustinos intentaron establecerse sin éxito en la localidad[1].

En medio de una situación nada favorable en lo que respecta a fundaciones de órdenes masculinas, los conventos femeninos se erigirán sin complicaciones, siendo los dos que existieron en La Orotava resultado de la sesión de terrenos particulares o incluso de los hogares de los propios patronos para este propósito. Es el caso del convento dominico de San Nicolás, que nacería como resultado de la intención de su erector, el licenciado Nicolás de Cala (1561-1625), de «fundar un convento y con particular providencia en la casa en que vivía»[2].

Respecto al convento de San José, ya en 1594 hubo una tentativa de fundar un convento de monjas claras a través de los regidores Luis Benítez de Lugo y Francisco Suárez de Lugo. Aunque nunca se logró tal propósito[3], fue José de Llarena quien obtuvo la Real Licencia para ello en 1597, procediendo a la edificación en 1601, año en el que siete monjas procedentes del convento clariso de San Cristóbal de La Laguna fundarán la nueva comunidad.

Desde el mismo tiempo de su establecimiento numerosas religiosas del cenobio gozaron de una aureola de santidad, incluso las dos hijas del patrono que formaban parte de las monjas fundadoras. De todas ellas destacará la Sierva de Dios María Justa de Jesús (1667-1723), fallecida con olor a santidad y cuya vida, actividad piadosa y proceso de beatificación estuvo tejido de controversia[4]. Sin embargo, éste no es un caso aislado porque existieron casos similares en otros conventos de las Islas.

Pero, sin duda, una de las causas que favoreció la popularidad del convento fue el éxito de ciertos cultos que acontecían en su iglesia, destacando, entre otros, la ceremonia del Santo Entierro cada año en Semana Santa y las funciones celebradas en honor de la Virgen difunta coincidiendo con la festividad mariana del 15 de agosto, afamadas por la teatralidad de su representación[5]. La primera acontecía el Viernes Santo, partiendo el cortejo procesional previamente del convento franciscano de San Lorenzo. Al llegar al monasterio de San José y, entre nubes de incienso, se procedía a dar sepultura al cuerpo del Señor entre cantos y responsos, mientras las monjas, en el coro, daban golpes en la tarima con cruces al ritmo de sus genuflexiones. En la celebración de la Asunción también se realizaba el entierro de la Virgen en un ambiente festivo y multitudinario, procediendo, mediante vetustas poleas, a la subida de la imagen al cielo. Estas prácticas fueron criticadas por los sacerdotes y frailes ilustrados de la época, de las que sólo debía mantenerse el canto de la Salve «y todo lo demás omitirlo absolutamente»[6].

Ciertamente, el mayor interés del complejo recaía en la iglesia del monasterio.  En 1868 su altar mayor estaba dotado de un retablo con cinco calles y tres cuerpos, albergando los dos superiores obras pictóricas[7]. Presidía el templo la imagen de la Purísima Concepción, que fue colocada allí por las monjas en 1682 y que se encuentra en la actualidad en la parroquia de San Juan Bautista[8], junto con las imágenes de San Bernardo, Santa Clara, San José con el niño y San Francisco. Tanto la santa franciscana como el Niño de San José fueron sustituidas por piezas de Fernando Estévez (1788-1854) en el siglo XIX[9]. Delante del retablo mayor se disponía un conjunto de manifestador, sagrario y frontal de plata, obra de Miguel García de Chaves (1732-1805) en labores de carpintería[10].

Entre los bienes inventariados del convento se hallaba también una Virgen del Carmen, situada en un pequeño retablo lateral y de la que perdemos su rastro tras el cierre del convento en 1868. En otro altar se veneraba a la imagen de Nuestra Señora del Cautivo con un Divino Infante, junto a las efigies de San Miguel, San Luis Obispo, San Lorenzo y San Benito. Cabe destacar que durante el siglo XVIII existió otro altar con la imagen del Cristo de la Salud, realizada quizá por Lázaro González de Ocampo (1651-1714) y que se supone fue vendida junto a una Dolorosa a Domingo Barroso en 1806, quien acabaría donándolas a la recién creada parroquial de Arona[11].

El coro bajo estaba decorado con tres lienzos, una sillería dispuesta junto al facistol que fue trasladada en parte a la vecina parroquia de la Concepción después de 1868[12], y tres nichos embutidos en la pared que contenían tan sólo dos imágenes de San Juan Evangelista y Santa Rita de Casia. El coro alto conservaba igualmente una sillería completa junto a un órgano y otras imágenes y lienzos[13]. Por otro lado, la sacristía del templo disponía de numerosas piezas de orfebrería y textiles.

Santa Clara de Asís / JHM.
Sin embargo, y aunque el monasterio de las clarisas sobrevivió a los efectos de la desamortización de Mendizábal (1835), sería a partir de entonces y, en especial, motivado por la destrucción de las Casas Consistoriales por un incendio en 1841, cuando se inició un proceso muy complejo e irregular para adquirir el solar por parte de las autoridades civiles, consiguiéndolo definitivamente en 1868. Así, entre 1868 y 1869 se procedió a la destrucción de todo el convento clariso, sobre cuyo amplia parcela acabaría construyéndose la plaza del Ayuntamiento, las nuevas Casas Consistoriales, la calle Linares Rivas y la Hijuela del Botánico. Con esta medida desapareció para siempre uno de los testigos arquitectónicos más notables de La Orotava del Antiguo Régimen, una auténtica mole que ocupaba buena parte del centro poblacional y se encontraba ya en franco periodo de decadencia por la escasez de medios con que garantizar su mantenimiento. De todas formas, un artículo aparecido en el periódico El Teide [Santa Cruz de Tenerife, 16/VII/1841] lo describía en términos elogiosos:

«El convento de San José es [...] uno de los más colosales de la provincia; ocupa gran parte del pueblo, y además tiene en su ámbito cuadras de casas y calles que se cerraron y fueron incorporándose a la clausura. En una palabra, es tan grande como el convento de S. Francisco de esta capital [sobreentiéndase Santa Cruz de Tenerife] o el de S. Agustín de La Laguna»[14]

Lástima que no haya podido localizarse una planta y croquis de todo el convento, así como una primera fotografía o representación gráfica del inmueble dada su supervivencia hasta bien entrada la década de 1860. Ante ello, sólo nos queda el recuerdo y la no tan extensa documentación que lo describe antes de su desmantelamiento.  Con esta acción desparecería para siempre la iglesia monacal de una nave, la sucesión de dos claustros con cerca de un centenar de celdas y dependencias comunales, la famosa «enfermería de las monjas», el traspatio, el huerto trasero y una amplia tapia de mampuesto que fue construyéndose a medida que lo requería la fiebre edificadora del siglo XVII. Pero, sin duda, lo más lamentable fue la pérdida de un elevado volumen de bienes patrimoniales, ya que tras la desamortización de Mendizábal en este complejo de San José se reunieron enseres procedentes del cercano convento de San Lorenzo y de otros existentes en la Villa. Es cierto que algunos fueron trasladados a las parroquias de San Juan y la Concepción, pero sabemos fehacientemente que la mayoría llegarían a repartirse entre sus legítimos propietarios, personajes cercanos al convento y no pocos particulares. Aún así, por encima de todo, la piqueta y la inquietud de un progreso quizá mal entendido desembocaron en la desaparición de un espacio con alto interés para el arte local.

Es de suponer que parte de su amplio retablo mayor sobreviva reutilizado en los templos de la localidad, aunque no sucede así con los «magníficos y dorados techos»  que cubrieron el amplio presbiterio de la iglesia desde el Seiscientos. En cualquier caso, para hacernos una idea de la magnificencia del recinto basta con contemplar la antigua portada del templo, que fue habilitada como frontis de la capilla del cementerio después de 1868. Es, en realidad, un bellísimo testimonio pétreo de la solvencia alcanzada por el monasterio durante el siglo XVII, su época de mayor esplendor[15] .



[1] Manuel HERNÁNDEZ GONZÁLEZ: Los conventos de La Orotava. Santa Cruz de Tenerife, 2004, p. 62
[2] Manuel HERNÁNDEZ GONZÁLEZ: Los conventos…», p. 56
[3] Manuel HERNÁNDEZ GONZÁLEZ: Los conventos…», p. 50.
[4] Manuel HERNÁNDEZ GONZÁLEZ: Los conventos…», p. 162, 165.
[5] Manuel HERNÁNDEZ GONZÁLEZ: Los conventos…», p. 97.
[6] Manuel HERNÁNDEZ GONZÁLEZ: Los conventos…», p. 98.
[7] Inventario de las alhajas y enceres que existían en el Convento Clariso de esta Villa, octubre de 1868. Archivo Municipal de La Orotava [en adelante AMLO]: Sección patrimonio. Caja «Conventos», expediente sin clasificar.
[8] Juan Alejandro LORENZO LIMA: El Legado del Farrobo. Bienes patrimoniales de la parroquia de San Juan Bautista, La Orotava. La Orotava, 2008, pp. 114-115.
[9] Juan Alejandro LORENZO LIMA: «Comentarios en torno a un retablo. Noticias de Fernando Estévez y la actividad de su taller en La Orotava (1809-1821)» en Revista de Historia Canaria, núm. 191 (2009), pp. 114-115; y Juan Alejandro LORENZO LIMA: «Catalogación de obras e Historiografía» en El Tesoro de la Concepción, La Orotava, 2003, pp. 160-161.
[10] Juan Alejandro LORENZO LIMA: «Catalogación…», pp. 113-117.
[11] Manuel HERNÁNDEZ GONZÁLEZ: Los conventos…, p. 96.
[12] Juan Alejandro LORENZO LIMA: «Comentarios…»,  p. 120.
[13] AMLO: Sección patrimonio. Caja «Conventos», expediente sin clasificar.
[14] Dieron noticia de ello Manuel A. ALLOZA MORENO y Manuel RODRÍGUEZ MESA: «Los pórticos de las claras y de los jesuitas de La Orotava», en AA VV: Homenaje al profesor doctor Telesforo Bravo. La Laguna, 1990. t. II. p. 32.
[15] Sobre él véase Manuel A. ALLOZA MORENO y Manuel RODRÍGUEZ MESA: «Los pórticos...», pp. 13-53.